El sinsentido de la eficiencia energética

Por Jesús Iglesias. Cada minuto se realizan en el mundo varios millones de búsquedas en la red y se envían decenas de millones de mensajes de whatsaps, las plataformas digitales almacenan y transforman datos constantemente, Youtube es la empresa que más electricidad consume del mundo, tenemos  más de un millón de servidores encendidos las 24 horas del día que almacenan datos de la nube, ya hemos sobrepasado la cifra de 5.000 millones de usuarios de internet. Todo esto significa, como es sabido, decenas de millones de dispositivos y un volumen de datos absolutamente masivo.

          Todo lo que puede ser digitalizado está siendo digitalizado, con el consiguiente aumento en el consumo de energía. El periódico The Guardian reporta que “la industria de las comunicaciones podría consumir el 20% de la toda la electricidad del mundo en 2025, lo que dificultaría los intentos de cumplir los objetivos del cambio climático y pondría a prueba las redes eléctricas a medida que crece exponencialmente la demanda de energía por parte de las granjas de servidores que almacenan los datos digitales de miles de millones de teléfonos inteligentes, tabletas y dispositivos conectados a internet”. En efecto, los centros de datos representan auténticos obstáculos a la hora de reducir las emisiones de carbono, pues cada uno de ellos puede consumir más energía que un rascacielos del tamaño del Empire State Building. Por otro lado, añadir inteligencia artificial a la búsqueda de Google multiplica por 10 el consumo de energía por cada una. A todo esto debemos añadir un inconveniente, señalado ahora por el sociólogo y economista Jeremy Rifkin: “el incremento en el gasto energético no podrá obtenerse de las energías renovables sino que, en gran medida, tendrá que seguir utilizando unos combustibles fósiles cada vez más escasos”. Así pues, la realidad virtual y la inteligencia artificial, últimos estadios del desarrollo tecnológico en curso, están ancladas en una dura realidad: consumen una cantidad de energía completamente inasumible. Ya lo advirtió el periódico Wall Street Journal: “la última obsesión de las grandes tecnologías es encontrar energía suficiente […] El auge de la Inteligencia Artificial está alimentando un apetito insaciable de electricidad”.

          En general, se considera que la economía digital -vital para el crecimiento económico- consumirá menos materiales y energía, contribuyendo a alcanzar los objetivos de descarbonización y mitigando por tanto los efectos del cambio climático. “El vínculo entre digitalización y ecologismo -señala Adrián Almazán- se ha convertido en casi una pieza de sentido común de época”. Gracias a internet podemos dejar atrás el papel, poner fin a los desplazamientos innecesarios y llevar nuestros archivos a la nube. Cada vez más aparatos se vuelven inteligentes, eficientes y verdes.

          Pero una y otra vez esta idea choca con la cruda realidad: el mundo digital y, en concreto, la expansión de la fabricación de chips con capacidad de inteligencia artificial, la construcción de enormes centros de datos y la infraestructura que forman las redes de comunicación, están acabando con la ilusión de que la economía digital permite desvincular crecimiento económico y consumo de energía. Un estudio firmado por Maria Pansera, Javier Lloveras y Daniel Durrant, publicado en enero de este mismo año, confirmaba, una vez más, esta idea: “los datos no son inmateriales, requieren energía y material para ser procesados y almacenados. Si los datos aumentan, también lo hace el consumo de energía y material. Esto requiere y exige inevitablemente un mayor crecimiento […] Parece evidente que la digitalización desata el potencial de producir más emisiones relacionadas con el crecimiento económico en lugar de conducir a la desmaterialización de la economía”.

          El director ejecutivo del National Center on Energy Analytics Mark Mills va directamente al fondo de la cuestión: “el consumo actual de energía de los sistemas de información es el resultado de un asombroso aumento de la eficiencia tecnológica de los ordenadores”. La eficiencia de los chips, por ejemplo, está mejorando a un ritmo vertiginoso. “El último chip de Nvidia es 30 veces más rápido con el mismo apetito energético. Esto no ahorrará energía, sino que acelerará el mercado por este tipo de chips al menos 100 veces. Esta es la naturaleza de los sistemas de información”. En efecto, las enormes cantidades de datos que se procesan “desbordarán inevitablemente las ganancias de eficiencia energética que los ingenieros lograrán. En la actualidad se gasta más dinero cada año en la expansión de la nube, que consume mucha energía, que todas las empresas eléctricas del mundo para producir más electricidad”.

          A tenor de los hechos, la Paradoja de Jevons es una auténtica ley de hierro: el aumento de la producción y el consumo en una economía que necesita de crecimiento continuo supera con creces los ahorros logrados en virtud de la mejora de la eficiencia tecnológica. Por eso, la actual maniobra del sistema para solucionar los problemas -la ‘desmaterialización de la economía’, esto es, disociar el crecimiento de la base material que lo sostiene en un mundo digitalizado- no sólo no va a funcionar, sino que es realmente peligrosa en un escenario de extralimitación ecológica y cambio climático. “Lo que se nos propone –aclara el geólogo Antonio Aretxabala- es tener fe en que se obre el milagro de la eficiencia y de algún modo la economía capitalista se disocie de su base material y sus graves impactos ambientales, eso sí, con otro incremento temporal y nuevamente puntal de más deuda que en el medio plazo no acerca sin otra solución a una economía de subsistencia”.

          Mientras los esfuerzos en mejorar la eficiencia sigan redundando en un mayor consumo y no en un mayor ahorro, mientras nuestras sociedades no cuestionen el objetivo del crecimiento económico, el descenso material y energético al que vamos abocados acabará con todas nuestras aspiraciones de frenar la devastación del planeta y de poder dejar un planeta digno a las generaciones venideras. Estamos empleando cantidades ingentes de energía y materiales, que más tarde no tendremos, en hacer funcionar una tecnosfera digital cuyos excesos desbordan completamente los requisitos de una mínima sostenibilidad ambiental. “Es difícil imaginar -concluye el informe de Pansera- cómo la intrincada malla de cables submarinos, protocolos centrados en los datos y relaciones de poder que sostienen el entramado digital sobreviviría a las reducciones de energía y recursos necesarios para cumplir los objetivos climáticos”.

          La inteligencia artificial, y el mundo digital en general, están cancelando todas las posibilidades de una ‘transición energética’ que pueda alimentar al mundo del mañana. No podremos descarbonizar nuestras sociedades si seguimos inventando constantemente nuevas y más agresivas maneras de consumir cada vez más energía.

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