El hormigón, símbolo del capitalismo fosilista

Por Jesús Iglesias. En una investigación de finales de 2020, un grupo de científicos del Instituto Weizmann de Ciencias concluyó que la masa conjunta de todos los objetos artificiales de la Tierra ya había superado el peso total de la biomasa proveniente de la interacción entre la geología, el sol y la vida del propio planeta. Un fenómeno que, desde luego, no es de extrañar con poco que nos fijemos en nuestro entorno más cercano. Según la plataforma de gestión documental de coordinación de actividades empresariales Nalanda, la actividad del sector de la construcción creció un 7,2% en España durante 2023. Por supuesto, semejante ritmo de crecimiento material y de construcción urbanística implica un cada vez mayor uso del principal material involucrado en estas cifras, el hormigón, un compuesto formado por cemento, arena, grava y agua, más algunos aditivos para mejorar sus propiedades. El hormigón se emplea para construir losas, muros, pilares, cimientos y otros elementos estructurales gracias a su resistencia, durabilidad, alta capacidad de asilamiento térmico y acústico, bajo coste y facilidad de procesamiento. Es un material que se puede reciclar y reutilizar y tiene una larga vida útil, lo que reduce la necesidad de reemplazarlo con frecuencia.

          La abundancia material y el desarrollo industrial han venido de la mano del crecimiento económico en un contexto muy concreto: la ciudad capitalista de hormigón armado, que -muy posiblemente y gracias al uso masivo de los combustibles fósiles-, se ha convertido en tan sólo un siglo en el producto tecnológico más importante en el desarrollo y modificación del medio natural en la historia del ser humano. Ha modelado, además, nuestra manera de proyectar, construir, vivir y relacionarnos, y ha facilitado las condiciones para la implantación global de todo el entramado tecnológico. Como apunta el periodista de The Guardian y experto en medio ambiente Jonathan Watts, “el cemento es la fundación del desarrollo moderno y la forma en que tratamos de domar la naturaleza”. Nos protege de la lluvia, del frío y del barro, pero sepulta enormes extensiones de tierra fértil, congestiona los ríos, ahoga los hábitats y nos aísla en nuestras fortalezas humanas de lo que sucede fuera de ellas. Hemos construido todo un entorno artificial no sólo a espaldas, sino contra el mundo natural.

          Hoy, la producción de cemento supera por mucho a la de plástico, siendo el hormigón el responsable de entre el 4 y el 8% de las emisiones de CO2 a nivel global (sólo el carbón, el petróleo y el gas emiten más gases de efecto invernadero). El cemento, en concreto, consume casi una décima parte del agua industrial, lo que compromete el suministro de agua potable y el destinado al regadío, porque tres cuartas partes de este consumo tienen lugar en regiones de sequía o con estrés hídrico. En las ciudades el hormigón absorbe el calor del sol y atrapa los gases expulsados por los vehículos y aparatos de aire acondicionado. Por otro lado, el cemento empeora el problema de la silicosis y otras enfermedades respiratorias (el polvo de las reservas y mezcladoras de hormigón levantado por el viento representa hasta un 10% de las partículas que asfixian a ciudades como Nueva Delhi). Las canteras de piedra caliza y fábricas de cemento a menudo también son fuente de contaminación, junto a los camiones que transportan los materiales hasta los lugares de construcción.

          Pese a todo, el empleo de cantidades ingentes de cemento es percibido como un problema menos grave que, por ejemplo, el que generan los plásticos. Eso cuando es considerado como tal, pues no se lo tragan los animales marinos, no se acumula en el mar formando enormes islotes flotantes, no aparecen restos de cemento en nuestra sangre. Esta falta de perspectiva sin duda amplifica los graves problemas con los que nos vamos a encontrar en los próximos años: hemos construido nuestra civilización del hormigón armado organizada de acuerdo con el capitalismo fosilista, que por un lado está destrozando nuestro entorno natural sin reemplazar las funciones ecológicas de las que dependemos (fertilización, polinización, control de inundaciones, producción de oxígeno, purificación del agua) y, por otro (y aunque los mercados no parecen preverlo), en virtud del descenso energético -y material- que irremediablemente va a empezar a tener lugar, no va a haber suficiente energía para una demanda que no para de crecer y para cumplir con los niveles de crecimiento que exige el sistema.

          La cultura del hormigón se resiste a desaparecer en favor de la sostenibilidad ambiental que necesitamos. Hasta ahora hemos aceptado el cemento, con todos sus impactos, a cambio de sus beneficios, pero esto hace tiempo que ya no compensa: el mantenimiento y las actuaciones de reparación de viaductos, edificios, centrales energéticas, parques deportivos, hospitales, etc. no garantizan un mínimo de resiliencia en un contexto de declive energético y material. No vamos a poder seguir manteniendo infraestructuras inútiles como aeropuertos o autopistas, por la sencilla razón de que no dispondremos de las ingentes cantidades de energía que requiere el absurdo y a todas luces desmesurado sistema de hipermovilidad que hemos creado. Los excesos urbanísticos de las últimas décadas, cometidos por la gracia de la abundancia de energía barata y versátil, van a dejar por el camino un sinfín de obras inservibles, triste retrato de nuestros excesos fosilistas y de la prepotencia de pensar que podemos organizar nuestras sociedades y construir todas nuestras infraestructuras contra la naturaleza y el mundo vivo. 

          Así que, sin combustibles fósiles, advierte el geólogo Antonio Aretxabala, el empleo de materiales y tecnología podría convertirse en un auténtico lujo. “Confiar a la esperanza la seguridad estructural de los pilares del hormigón armado que sustentan nuestra civilización, parece poco esperanzador para la mirada científica”. No nos va a quedar más remedio que afrontar el descenso material y energético peor preparados que nunca.

Para ampliar:

Deja un comentario