En defensa del lobo

Por Jesús Iglesias. La ciencia del siglo XVII no sólo consagró la obsesión por la mesura, sino que también consolidó una interpretación dual de la naturaleza según la cual el hombre es un ser superior a todos los demás debido a su capacidad de razonar. El lobo, respetado e incluso venerado por la humanidad prehistórica, pasó así a convertirse en un recurso al servicio del beneficio económico. Sin este animal, se pensaba, reinaría el orden y la economía de mercado que se desarrollaba en torno a la ganadería se iría imponiendo hasta ocupar un lugar preferente. La ciencia moderna instauraba el antropocentrismo, y esto lo cambiaría todo. El ecologismo, por su parte, trató de impugnar esta idea reivindicando la naturaleza como un organismo vivo, resultado de una infinidad de procesos de prueba y error, ajustada en un permanente equilibrio dinámico y fruto de múltiples procesos sinérgicos.

          Hoy, quienes toman las decisiones en relación con la regulación del lobo parecen seguir anclados en los viejos modelos reduccionistas, que consideran al lobo únicamente en función de las posibles bajas que produce, por escasas que éstas sean (los datos de las comunidades autónomas y del Ministerio de Agricultura revelan que los ataques de lobos no llegan a afectar ni al 1% de la cabaña ganadera española). Es una forma de pensar y proceder que desprecia el bien común que desempeña el lobo en el territorio que habita, de extraordinaria importancia para los animales humanos y no humanos. El gran Félix Rodríguez de la Fuente no se cansaba de repetirlo: “el lobo es la antítesis de la crueldad o la maldad gratuita. El lobo representa la más alta expresión entre los seres vivos del cooperativismo comunitario, la fidelidad monolítica, la ternura, la protección a los cachorros y la defensa de los débiles”. Incluso desde un punto de vista puramente económico, el lobo no es un enemigo, sino una gran oportunidad que incluye generación de empleos directos e indirectos, además de contribuir a la desestacionalización del turismo, como explica el director del Centro del Lobo de la Sierra de la Culebra Jesús Palacios: “el Centro del Lobo cuenta con 42.000 turistas anualmente, muchos de ellos fuera de la época de verano (cuando la zona de Sanabria tiene más visitantes), por lo que muchos negocios de restauración y hospedaje de la zona siguen teniendo una potente inyección económica durante todo el año”.

          Las especies clave de un ecosistema, como el lobo, localizadas en la parte alta de la cadena trófica, influyen de forma amplificada no sólo en el resto de especies, sino también en la propia morfología del territorio. Como señala el naturalista y ecologista Luis Miguel Domínguez, al tener la condición de superdepredador el lobo es un elemento fundamental en el equilibrio de los ecosistemas. “En el caso de España, un país en el que hay una gran cantidad de ungulados (ciervos, jabalíes, corzos…), el lobo nos ayuda a controlar estas poblaciones y a que estén en equilibrio ecológico”. El portavoz de la Asociación para la Conservación y el Estudio del Lobo Ibérico Ignacio Martínez también lo deja claro: el lobo es una especie clave en la regulación de los ecosistemas, y contribuye a que otras especies -fundamentalmente herbívoros- no se reproduzcan y generen sobrepoblación, poniendo en riesgo los cultivos agrícolas, probando accidentes de tráfico o incrementando la presión vírica o bacteriana sobre la ganadería de la zona. No en vano el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca ha podido comprobar que en algunas zonas de Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha, sin apenas presencia de lobos, se ha llegado a registrar tuberculosis en más del 90% de la población de jabalíes.

          Sin embargo, se sigue matando al lobo tanto legal como ilegalmente, con la connivencia de las administraciones regionales, por parte de cazadores y furtivos. Se le sigue envenenando y atropellando. Las carreteras, de hecho, son un factor determinante en la desaparición de individuos de esta especie. La asociación Lobo Marley informa de que en los últimos años han muerto cerca de 100 ejemplares atropellados, siendo el norte del Duero la zona donde están las carreteras más mortíferas. De hecho, hay una relación entre esos tramos y las zonas de expansión del lobo, el cual “trata de movilizarse por toda la península para intercambiar genéticamente con otras poblaciones”. La ausencia de soluciones fomenta la concentración de manadas en el territorio norte, por lo que el colectivo apuesta por articular corredores verdes que permitan a los lobos moverse sin riesgo y expandir sus poblaciones con intercambios genéticos en otras zonas de la península y de Europa, y unificar los criterios de gestión de todas las comunidades autónomas para que se favorezca la dispersión y la diversidad genética de la especie.

          La decisión de autorizar matanzas de lobos, o de rebajar su protección, anula la autorregulación de la especie y provoca un incremento de ejemplares directamente relacionados con ella. Está demostrado, explica la bióloga Concha López Llamas, que una comunidad de lobos autorregulada proporciona un equilibrio en los montes y bosques en los que habita, además de un menor número de ataques a las granjas ganaderas. “Sólo le sobran lobos a aquel sector humano antropocéntrico e insensible hacia la vida o calidad de vida del Otro que entre sus fantasías está la de verse rodeado, en exclusividad, de animales domesticados que sirvan a sus intereses, con billetes de euro por pelo”. Quienes desprotegen al lobo no terminan de entender que su erradicación generaría graves e incluso irreversibles problemas, por lo que debemos poner el foco en medidas distintas a la caza. Debemos repetirlo: el lobo no es un enemigo, sino una gran oportunidad. Toda la literatura científica lo respalda. En este sentido, existen medidas que, de manera conjunta, pueden hacer disminuir el número de ataques de manera muy significativa, como los vallados eléctricos, los cercados fijos o naves donde recluir el ganado por la noche. También el empleo de perros mastines, estrategia utilizada desde siempre en las culturas ganaderas, y además una medida respaldada por la Comisión Europea en su informe La predación del lobo sobre el ganado vacuno, en el que asegura que podría reducir los ataques en un 20%.

          Pero la compleja dinámica de la naturaleza no parece importar en absoluto a los gestores de territorios con lobos, sobre todo en comparación con la idea de perpetuarse en el poder ofreciendo garantías a los ganaderos y carnaza al lobby de cazadores. Para todos ellos, el lobo debe ser combatido, pues el mercado pide sangre, el poder político reclama poder y el sistema económico, que todo lo domina, exige acumulación de capital. La sociedad ha puesto precio al lobo porque una humanidad insaciable lo considera el principal usurpador de productos animales. Es un bucle que se realimenta sin tener en cuenta el valor ecológico incalculable de este animal. No en vano, en su informe Por la convivencia del hombre y el lobo, el Observatorio de sostenibilidad  alerta de que los controles poblaciones del lobo carecen de perspectiva científica y se realizan de forma “aleatoria” e “irracional”, y de que a la hora de llevarlos a cabo no se tiene en cuenta la jerarquía de los individuos de una manada (sexo o edad), lo que desestructura al grupo y provoca una mayor conflictividad: si se quedan sin un líder con experiencia, depredarán a las presas más fáciles como el ganado. La gestión basada en la caza autorizada por las administraciones es ecológicamente insostenible y totalmente ineficaz. Por eso hay que pasar de una gestión cinegética a una enfocada en la prevención de daños, pues no está nada claro que matar lobos ayude a reducir los daños económicos.

           Debemos combatir la idea de que el ser humano y la naturaleza son categorías separadas. Derribar ese dualismo implica no sólo un cambio de mirada hacia el resto de especies, un cambio desde el egoísmo y la crueldad hacia la empatía y la compasión; sino también la necesidad de aprender de ellas y considerar la naturaleza como un agente fundamental. Nuestra relación con la naturaleza es, hoy por hoy, tremendamente dañina para ella y muy perjudicial para nosotros, pues nos está llevando a una hecatombe de la biodiversidad que mermará de manera muy significativa nuestras posibilidades futuras para conservar unas condiciones de vida dignas.

          Considerar la naturaleza, y el lobo, como una fuente de cultura y vida para la humanidad, como un elemento indispensable en la delicada trama de la vida, es un acto de solidaridad hacia la biosfera y todo lo que contiene. Como afirma el presidente de la asociación proteccionista Lobo Marley Luis Miguel Domínguez: “solamente si el lobo pasa a ser una especie estrictamente protegida tendrá la tranquilidad que se merece”.

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