Por una Declaración de Derechos para los grandes simios

Por Jesús Iglesias. La asociación internacional Proyecto Gran Simio, que reúne numerosos primatólogos, psicólogos, filósofos, antropólogos y otros expertos, acaba de solicitar a la UNESCO la inclusión de los grandes simios como «patrimonio vivo de la humanidad» y, debido a la situación de «inminente peligro de extinción» en la que se encuentran sus poblaciones, la aprobación de una Declaración de los Derechos básicos para ellos. La Directora General de la UNESCO Audrey Azoulay es clara al respecto: “la protección de estos primos del ser humano, del que apenas nos separa un 2% del ADN, es una responsabilidad colectiva”.

          En efecto, Proyecto Gran Simio no pretende que se considere a chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos como humanos, pues no lo son, pero sí como homínidos. Si la cercanía genética entre el humano y los demás simios es grande, aún lo es más entre estos y otros homínidos como los neandertales, habilis, erectus, etc. En su minucioso estudio El chimpancé y los orígenes de la cultura, el primatólogo Jordi Sabater Pi enumeró un puñado de capacidades conductuales comunes a los grandes simios y el ser humano: reconocimiento del esquema corporal y conciencia de uno mismo, noción de muerte, comunicación a nivel emocional, proposicional y simbólico, fabricación y empleo de herramientas simples, y relaciones tanto familiares estables y duraderas, como sexuales no promiscuas.

          Otra gran capacidad de los grandes simios es la cooperación en grupo. De hecho, recientemente se ha descubierto que la confianza es la clave que posibilita el establecimiento de relaciones de cooperación, tal y como ocurre con los seres humanos. Los chimpancés cooperan entre sí en multitud de contextos: comparten comida, se acicalan mutuamente, cazan monos y vigilan su territorio, explica el científico del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig Jan Engelmann, coautor del informe Chimpanzees trust their friends, publicado en la revista Current Biology. “En nuestro estudio hemos investigado si los chimpancés muestran un patrón similar y brindan su confianza de forma selectiva a aquellos individuos a los que están unidos de forma más estrecha. Nuestros resultados sugieren que es así”. Es más, en el caso de los bonobos, los conflictos son rápidamente aplacados porque la principal razón de la pacificación no es la paz per se, sino los fines compartidos. Las nuevas teorías del comportamiento de los primates ponen el énfasis en la reconciliación, el compromiso y las buenas relaciones, explica el primatólogo Franz de Waal: “si se entierran las rencillas no es por casualidad, sino por mantener la cooperación”. La dependencia mutua favorece la armonía, y ellos lo saben, porque su propio sustento consiste en trabajar codo con codo. Los grandes simios, en definitiva, comparten con nosotros capacidades emocionales, cognitivas y conductuales avanzadas. Como señala Jorge Riechmann, “no están separados de nosotros por ningún ‘abismo ontológico’. La expulsión de los grandes simios fuera del círculo de los seres dignos de consideración moral no está justificada”.

          Es de justicia que nuestra comunidad moral se haga extensiva a unos parientes tan cercanos a nosotros como lo son los grandes simios, de manera que se acepten determinados principios morales que se puedan hacer valer ante la ley, como el derecho a la vida, la protección de la libertad individual o la prohibición de la tortura. No se trata ya de trabajar para la conservación de las especies o de proteger la diversidad en sentido amplio, sino de reclamar los derechos de cada animal, considerado individuo con su propia biografía, familia, relaciones afectivas y personalidad única. La propia página web de la asociación así lo indica: “el chimpancé (Pan troglodytes), el Bonobo (Pan paniscus), el gorila (Gorilla gorilla) y el orangután (Pongo pygmaeus), son los parientes más cercanos a nuestra especie y poseen unas facultades mentales y una vida emotiva suficientes como para justificar su inclusión en la comunidad de los iguales”.

          Nunca ha sido tan arrolladora ni tan dañina la opresión y el abuso que estamos ejerciendo sobre los demás animales del planeta. Pero tampoco nunca había surgido una ética racional que pusiera en tela de juicio el significado moral de la pertenencia a nuestra propia especie. Conseguir una igual consideración para los intereses de todos los animales, humanos y no humanos, se presenta hoy como un desafío que cuenta con cada vez mayor aprobación en nuestras sociedades. “Los contornos que diferencian la noción de ‘nosotros’ de la noción de ‘los demás’ -continúa el colectivo- se habían ido disolviendo desde la frontera de la tribu, de la nación y de la ‘la raza’ para ampliarse hasta alcanzar los contornos de la especie humana. La barrera de la especie que se había congelado y vuelto rígida durante un cierto tiempo, ahora ha cobrado nueva vida y se ha convertida en algo apto para nuevos cambios”.

          Esa barrera de la especie se refleja, por ejemplo, en el ámbito de la investigación animal. Se considera que emplear personas para esos fines es inmoral, pero se permiten pruebas nada inocuas, pero sí invasivas y forzadas, con chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes que practicadas en humanos nos parecerían abominables. “El valor de los grandes simios como instrumentos de investigación se basa precisamente en la combinación de dos factores en conflicto: por una parte su extrema semejanza física y psicológica con nosotros; por otra parte, en la denegación de la protección ética y legal que ofrecemos a nuestra propia especie”. Es por eso que los grandes simios deberían poder ser representados por terceras personas, al igual que los niños o los humanos mentalmente discapacitados, en la defensa de sus derechos.

          Otro aspecto de esa barrera de especie consiste en eliminar cualquier atisbo de personalidad en los grandes simios. Un sinsentido interesado, habida cuenta de que los científicos ya han encontrado huellas de rasgos de personalidad en insectos, peces, reptiles, peces y mamíferos. Entre estos últimos, los primates y, en especial, los chimpancés, son animales tan cercanos al ser humano que la comunidad científica lleva años estudiando su comportamiento para desentrañar los orígenes evolutivos y las posibles funciones biológicas de la personalidad humana. El etólogo de la Universidad de Edimburgo Alexander Weiss asegura que la personalidad de los chimpancés no sólo es única, sino que es estable a lo largo del tiempo. “Podemos poner a prueba las teorías de la evolución de la personalidad haciendo estudios en chimpancés, al igual que se hace ya con estudios sobre la evolución de la cultura”. De hecho, gracias a las investigaciones en chimpancés, se han podido reconstruir aspectos importantes de la cultura humana (uso de herramientas, caza, violencia entre grupos). El próximo reto es averiguar si la personalidad está relacionada con la supervivencia o con la reproducción. Lo que está cada vez más claro es que tenemos que empezar a pensar en las especies no como unidades uniformes, sino como colecciones de individuos, todos ellos con una personalidad única.  

          Lo mismo se puede decir del sentido de la justicia en los chimpancés, cuya negación afianza esa barrera de especie. Es cierto que los chimpancés no muestran el mismo sentido de la justicia que los humanos, basado en la comparación social y en la proporción entre esfuerzo y recompensa, pero -y así se muestra en el informe del Instituto Max Planck- sí se fijan en el medio de distribución de las recompensas. Para un chimpancé la cantidad no es importante, el comportamiento no cambia ante una distribución desigual, pero sí ante las expectativas y la realidad, es decir, son capaces de “crear expectativas con respecto a un individuo social”, lo que “representa un paso importante hacia un sentimiento moral como el que han desarrollado los humanos”.

          Jordi Sabater Pi, el gran primatólogo español fallecido hace ya 14 años, dejó constancia por escrito de un mensaje que nos debería hacer reflexionar a tod@s: “llegará un día en las que las generaciones futuras se avergonzarán de cómo hemos tratado a los grandes simios, al igual que ahora nos avergonzamos de lo que hicimos con la esclavitud”. Por eso hace tanta falta una Declaración de los Derechos básicos para los grandes simios. Les va la vida en ello.

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