La soja para alimentar animales arrasa los bosques

Por Jesús Iglesias. La expansión de la producción de soja destinada principalmente a la industria cárnica ha aumentado un 259% en los últimos 8 años y está devastando los bosques bolivianos y otros tipos de vegetación nativa. De hecho, “en 2021 se deforestaron o convirtieron 31,8 hectáreas de vegetación nativa por cada mil toneladas de soja producidas en Bolivia”, una cifra mucho mayor que la de Brasil (4,6 hectáreas, en 2020), Paraguay (5,9 hectáreas, en 2019) o Argentina (0,9 hectáreas, en 2019)”. Es la principal conclusión del último informe de la plataforma Trase, que lleva por nombre Mapa de la cadena de suministro SEI-PCS Bolivia soy v1.0: Fuentes de datos y métodos. Ya lo adelantó en su momento el director de la ONG Mighty Earth Brasil Joao Goncalves: “la demanda de la industria cárnica de cultivar más soja como alimento para animales se ha afianzado en Bolivia y estamos siendo testigos de la destrucción de la naturaleza en otro país latinoamericano”. La enorme cabaña ganadera representa, además, un grave problema climático, según el colectivo Ecologistas en  Acción: “el crecimiento exponencial de la superficie de soja destinada a piensos no sólo ha provocado procesos importantes de deforestación, sino la liberación -no cuantificada- del carbono presente en los suelos”.

          Ante la acelerada expansión del monocultivo de soja en el cono sur, que ha convertido enormes superficies dedicadas a la producción de alimentos por parte de pequeñas explotaciones en terrenos para la producción de monocultivos de soja, las poblaciones campesinas e indígenas se han visto obligadas a buscar otras tierras para cultivar alimentos. Al desaparecer los bosques, desaparecen también sus comunidades y sus culturas, siendo las niñas y las mujeres las más afectadas por la degradación ambiental, particularmente en aquellas áreas con mayor dependencia de la agricultura. Además, buena parte de las nuevas carreteras se construyen para facilitar la conversión de amplias zonas en nuevos campos de cultivo de soja (o de palma) para el ganado, productos que también necesitan carreteras para salir a los mercados.

          Para el sistema económico que padecemos, la naturaleza es un gran almacén de recursos extraíbles para ser explotados en aras de la reproducción del capital a costa de una profunda degradación de multitud de ecosistemas. Esta es la idea que se esconde tras el funcionamiento del sistema industrial de producción de alimentos, como recogió hace algunos años el estudio de la Universidad de Oxford firmado por Joseph Poore y Thomas Nemeck publicado en la revista Science Reducing food’s environment impacts through producers and consumers, que arrojaba las siguientes conclusiones: los principales productos de origen animal necesitan el 83% de la tierra dedicada a la producción de alimentos y son responsables del 60% de las emisiones de CO2, para producir un kilo de carne de vaca son necesarios alrededor de 15.000 litros de agua, y la industria agrícola y ganadera ocupan ¾ partes de la superficie del planeta. Con una producción de piensos destinados a alimentación animal siendo responsable del 91% de la destrucción del Amazonas, miles de personas se empobrecen y son despojados de sus tierras y modos de vida por parte de los sicarios del sector. Por último, la ganadería y la agricultura animal producen más gases de efecto invernadero que todos los medios de transporte juntos. A todo esto es ineludible añadir que cada día son asesinados 345 millones de animales.  

          Con un sistema alimentario completamente desajustado y dramáticamente insostenible, combatir tanto la deforestación como el cambio climático pasa transformar la producción agroindustrial en práctica agroecológica, es decir, aprovechar de forma sostenible los recursos, y fortalecer la soberanía alimentaria. Para ello es necesario reducir drásticamente la producción ganadera y ligarla al territorio, de manera que no dependa de la importación de soja y cereales para que no compitan por las tierras aptas para la producción de alimentos. De la misma manera, es fundamental avanzar hacia un consumo alimentario responsable, con una reducción considerable de la ingesta media de productos animales. Según el director del Programa Oxford Martin sobre Análisis de la Sostenibilidad Alimentaria Joseph Poore, un cambio generalizado y drástico de la dieta, abandonando los productos animales a favor de los vegetales, tendría consecuencias radicalmente benignas para el planeta: reducción del consumo mundial de agua en un 20% y de las emisiones nada menos que a la mitad, y retorno a la naturaleza de la agricultura en buena parte de toda la superficie que ahora ocupa el ganado. “En general, las dietas de base vegetal son uno de los mecanismos más importantes para reducir nuestro impacto en el planeta”.

Para ampliar:

Deja un comentario