El reparto del trabajo, una aspiración irrenunciable

Por Jesús Iglesias. Según el último informe del colectivo Ecologistas en Acción, Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero necesaria para mitigar el cambio climático que amenaza con dejar el planeta es unas condiciones inhabitables para muchas formas de vida que ahora lo pueblan -incluida la nuestra-, sólo podrá llevarse a cabo con ciertas garantías si antes hemos acometido una transformación profunda que ponga fin a la dependencia del mercado y apueste tanto por una reducción significativa en el consumo de energía y materiales, como por la subsiguiente construcción de economías más pequeñas, rurales, locales y destecnologizadas.

     Esto nos deja ante un escenario muy disruptivo: la economía española entraría en un fuerte proceso de contracción y primarización, lo que significa que habría una pérdida neta de empleo si no se modifica de forma sustancial el actual sistema de trabajo, pues aunque la carga laboral aumentaría en algunos sectores clave (energías renovables, servicios sociales, preservación de los ecosistemas, depuración y reciclaje, agroecología), el número de horas empleadas en la construcción, el transporte, las finanzas, el turismo, la industria y las tecnologías de la información y comunicación, tendrá que descender de manera significativa. Se estima que se perderán dos millones de empleos en la actual estructura laboral, pero a la vez se incrementará el trabajo no remunerado para autogestionar a nivel familiar parte de los cuidados que dejaría de proveer el Estado.

     Este hecho obliga a centrar la mirada en aquella vieja reivindicación sindical tristemente abandonada hace ya mucho tiempo: el reparto del trabajo -que incluye, obviamente, empleo y tareas de cuidados-, una medida que, como sostiene el eurodiputado de la formación Equo Florent Marcellesi, permitiría vincular el mundo obrero con el movimiento ecologista, pues una semana laboral más corta puede ayudarnos al mismo tiempo a proteger el planeta, aumentar la justicia y el bienestar social y a construir una economía próspera sin crecimiento. “El reequilibrar los tiempos de vida entre trabajo remunerado y no remunerado vuelve a dar valor social y económico a los trabajos domésticos y de cuidados (principal e históricamente cubiertos por  mujeres), voluntarios, artísticos, políticos, culturales, autónomos, etc, permite aumentar sustancialmente tanto nuestra incorporación en circuitos cortos de producción y consumo como nuestra capacidad de producir parte de lo que vamos a consumir, apuesta por transformar los aumentos de productividad en tiempo libre no consumista y abre la posibilidad de una reducción de la factura energética”. Junto con esta estrategia serían imprescindibles mecanismos de reparto de la riqueza como la implantación de una renta básica (de efectos inmediatos y resiliente ante coyunturas desfavorables) y un plan de expropiaciones de empresas y tierras para poner en marcha la rerruralización que este escenario entiende como necesaria. La transición ecológica debe abrir nuevos espacios para construir sociedades más justas y autónomas, con potencial para la sostenibilidad, la justicia y la libertad.

     Hace ya muchas décadas que acabamos por aceptar lo inaceptable: en vez de reducir las horas de trabajo para vivir mejor, las hemos incrementado con la vista puesta en satisfacer unas presuntas necesidades de consumo de las que podríamos perfectamente prescindir. Producimos cada vez más mercancías en mucho menos tiempo. Ante esto, Antonio Piazuelo lo tiene claro: “lo que el sentido común diría que es un llamado a reducir las jornadas, repartir la riqueza y disfrutar del tiempo libre, en el gobierno del capital, se torna en una catástrofe en forma de precariedad y desempleo crónico, especialmente en el sur de Europa”. La necesaria -y urgente- transición ecosocial que necesitamos puede ser una oportunidad para recuperar una aspiración irrenunciable y, de paso, abrir una discusión profunda sobre la idea misma del trabajo: cómo trabajamos, para quién lo hacemos, qué producimos y qué necesidades satisface, preguntas todas ellas sumamente importantes especialmente si queremos transitar hacia sociedades más sostenibles, hospitalarias, justas y autónomas.

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