Menos turismo, más vida

Por Jesús Iglesias. ‘Menys turisme, més vida’. Fue una de las consignas más escuchadas en la manifestación de anteayer en Palma con motivo de la reunión informal de ministros de Turismo de la Unión Europea que tiene lugar esta semana. Convocada por más de treinta entidades sociales y ecologistas, los cerca de 1.500 asistentes exigieron un modelo de turismo responsable, con menos impactos ecológicos, y respetuoso con la población local, que tenga en cuenta la capacidad de carga del territorio y que, por tanto, apueste por la desmasificación de una industria totalmente desmesurada que sólo enriquece al capital financiero a costa de una presión inaudita sobre los recursos y unos servicios públicos deteriorados.

          Los impactos del turismo deben sin duda analizarse dentro del marco de una economía neoliberal globalizada cuyo desarrollo es empujado por una dinámica de crecimiento continuo. De entrada, es responsable del 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, tal y como concluye el estudio llevado a cabo por la Universidad de Sydney y publicado en la revista Nature Climate Change, ‘La huella de carbono del turismo global’. También contribuye decisivamente a la colonización de los territorios y al agotamiento acelerado de recursos materiales y energéticos en sociedades cada vez más dependiente de ellos.  

          Al igual que cualquier actividad que busque el beneficio, tiende a expandirse arrasando con todo lo que encuentre en su camino, como todos los procesos en marcha de gentrificación de los barrios, el aumento del precio de los alquileres y la expulsión de los vecinos hacia las periferias. El turismo, en otras palabras, civiliza el paisaje a gusto del turista, sirviéndose del territorio para el desarrollo de infraestructuras en su propio beneficio, una dinámica que transforma las ciudades en centros temáticos en torno a la apropiación de la vida cotidiana.

          Podemos introducir aquí, de la mano del antropólogo José Mansilla, un término clave de la industria del turismo, ‘capital improductivo’, puesto que ni siquiera supone mayores ingresos para la población local o creación de nuevas empresas. “Gran cantidad de estos ingresos se transforman en eso que en economía se llama ‘capital improductivo’, es decir, rentas financieras que reciben los propietarios del activo y que son destinados, simplemente, a incrementar el patrimonio y no a activar la maquinaria económica, cuando no a, simplemente consumo de lujo”. La expropiación del espacio público que supone la turistificación lleva, para los vecinos, a una canalización de los ingresos generados hacia las empresas inmobiliarias, de modo que, al después de todo, la actividad turística se traduce en generación de plusvalías para los poseedores del capital, que lo volverán a introducir en el sistema siguiendo el mismo patrón.

          Rocío Acevedo nos recuerda, además, que es un sector que se caracteriza por la alta estacionalidad y la destrucción de trabajo en otros sectores (especialmente en alimentación) y, como consecuencia, “se tiende a una excesiva especialización de muchos destinos en los que esta actividad se convierte en un monocultivo que disminuye su capacidad de autoabastecimiento e incrementa su dependencia de la economía global”. El cambio en los usos del suelo que provoca y el subsiguiente encarecimiento del mismo se extiende a otros recursos básicos como el agua o los alimentos. Por otro lado, el turismo es, probablemente, la actividad económica que mejor simboliza el paradigma de la desigualdad entre clases sociales, representando la cara más descarnada de la precariedad laboral y la generación de empleo de baja calidad -cuando lo genera- mientras es controlado por un pequeño número de grandes e influyentes grupos que no dejan de enriquecerse a costa de tod@s.

          Aunque fomentado por el discurso dominante, pues considera el crecimiento exclusivamente en términos de PIB, la forma principal que tenemos de desplazarnos debe restringirse considerablemente en el marco de una reorganización completa de la producción, que debe ser puesta al servicio de las personas -no del capital-, y que apueste por una sociedad en la que el trabajo esté más repartido y se cancelen los sectores insostenibles. En tiempos de emergencia climática y de agotamiento acelerado de recursos energéticos, es ineludible apostar por un turismo lento y de proximidad mientras reducimos la frecuencia de los viajes. Esto implica un cambio de mentalidad también en lo que atañe al consumo, el elitismo y el privilegio social.

          Al final, la mejor medida para disminuir el impacto del turismo es no hacer turismo. “La transformación de una serie de lugares complejos y diversos en otros simples y superficiales tiene como resultado una población más vulnerable culturalmente, una masa desarraigada cuyo único vínculo de cohesión es la ideología que se les impone desde arriba”. Recordemos que el turismo es hoy una práctica esencialmente capitalista que juega un papel central en el mantenimiento del orden establecido, un orden que nos lleva directamente al colapso social y ecológico.

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