Encerradas

Por Jesús Iglesias. Una reciente investigación del colectivo Igualdad animal ha vuelto a destapar lo que ya sabíamos: la tortura sistemática y permanente en las (mal)llamadas granjas de animales. Tras visitar decenas de ellas, se constata que las mutilaciones, las jaulas y los problemas de salud no son la excepción, sino la norma en la industria cárnica. En esta ocasión, la investigación se centra en las cerdas, mantenidas en jaulas de confinamiento durante la inseminación y una parte de la gestación, unos espacios que no permiten ninguna movilidad, incómodos y que provocan problemas locomotores, al impedir la manifestación de los comportamientos naturales de la especie. Además, el diseño, la suciedad y el tipo de material del suelo de las jaulas pueden provocar cojera. A esto se suma que las cerdas embarazadas reciben una cantidad de alimento restringida para limitar la ganancia de peso, lo que puede dar lugar a comportamientos agresivos.

          Siete días antes del parto, las cerdas son cambiadas a otras jaulas llamadas parideras, extremadamente estrechas, en las que es imposible moverse y menos aún buscar espacios frescos para regular su temperatura, que se eleva durante el proceso de gestación, pudiendo afectar gravemente a su sistema inmunológico y hacerlas propensas a enfermedades. Por selección genética, las cerdas son cada vez más grandes, lo que aún agrava más el problema del espacio de las jaulas y provoca estrés crónico, reducción de la capacidad cardiovascular y callosidades. La frustración que provoca la inmovilidad les lleva muchas veces a exhibir comportamientos anormales como el balanceo repetitivo y a morder los barrotes de sus celdas, una imagen que habremos visto ya muchas veces.

          En esas jaulas las cerdas pasan alrededor de 5 semanas con sus crías, lo estrictamente necesario para la lactancia, lo que impide que pueda desarrollarse en entre ellas una relación de manera natural. Muchas crías no sobreviven al parto o a los primeros días, encontrándose cadáveres en diversos espacios de las fábricas, entre heces, placenta y animales vivos, en un depósito de agua y en los contenedores. Las que sobreviven, antes de ser engordadas para obtener su carne, son sometidas a procedimientos muy dolorosos como el raboteo, la castración en el caso de los cerditos y la extracción de los dientes -todo ello, por supuesto, sin anestesia-. Estas prácticas además de ser dolorosas tienen consecuencias en el tiempo, como cojera, problemas para ganar peso, incluso el raboteo impide que se comuniquen entre sí los animales, pues su cola ayuda a expresar sus estados emocionales. Otros descubrimientos relacionados a problemas de salud fueron crecimientos anormales en el abdomen, abrasiones cutáneas, lesiones en la piel de diferente gravedad, prolapsos de útero, genitales hinchados, incluso con pus y/o sangre.

          Las cerdas, al igual que otros animales, presentan comportamientos y características naturales que son fundamentales para comprender su estado físico y emocional, así como su relación con sus crías. Diversos estudios científicos han demostrado que son animales muy inteligentes y sociales, capaces de experimentar una amplia gama de emociones y comportamientos complejos. Sin embargo, según datos oficiales de 2022, en España se matan a más de 56 millones de cerdos, todo un primer puesto a nivel europeo y tercero en todo el globo. No olvidemos que la matanza industrial de animales es un negocio gigantesco en el que la violencia estructural y la explotación sistémica queda oculta tras las imágenes del jamón y del bistec en nuestros platos. La muerte y la tortura son representativas de un sistema de explotación con respaldo institucional en el que los animales son tratados como máquinas de producir sin importar su propio bienestar.

          Mediante la implementación de pegatinas como ‘bienestar animal’, ‘libres de jaulas’ o ‘criados en libertad’, la industria de la carne pretende hacernos creer que los animales son protegidos en todo el proceso de producción. En realidad, no hay lugar para el bienestar en ninguna granja ni en ningún matadero, lugares donde se perpetra la mayor forma de violencia y abuso que se conoce contra animales terrestres. La preocupación de la industria por el trato dispensado a los animales es pura propaganda. Eso sí, el negocio no podría funcionar sin la complicidad de quienes miran para otro lado o justifican la violencia sabiendo que lo que ocurre en esos lugares es del todo inaceptable; de quienes jamás tolerarían que a determinados animales -como los perros- se les tratara como la industria trata a las cerdas en sus granjas de tortura y exterminio; y de quienes, en definitiva, demandan sus productos. 

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Un comentario en “Encerradas

  1. Hay que prohibir este tipo de granjas sin más dilación.
    Pero también nosotros podemos hacer algo más. Consumir menos carne y, en ningún caso la procedente de este tipo de granjas. Nos va en ello también nuestra salud.

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